DOMINGO VIII T.O. CICLO A 2017
Nos encontramos ante uno de los pasajes más bellos y más profundos del evangelio, una pieza de antología. Una página que nos habla de las flores y de los pájaros. Pero a la vez contiene un mensaje muy profundo para los que vivimos a primeros de este III milenio, en medio de una sociedad de consumo en todos los sentidos: con cantidad de esclavos del dinero, de la ambición, del activismo, de la apariencia y del «todo vale» en aras de mi apetencia personal.
Por tanto el destinatario del evangelio de hoy es el hombre de cualquier época, en cualquier lugar del ancho mundo: el rico, el discreto «burgués» o el pobre; el hombre individual y el hombre colectivo.
¿Quién se libra hoy de la frenética carrera que nos impone la sociedad por el «tener más», por la mejora técnica y económica de nuestra vida? La sociedad nos envuelve en su espiral de consumo, y de activismo que despierta «necesidades» innecesarias. Basta que la televisión anuncie un producto y al día siguiente se venda mucho más, aunque en realidad no se necesite en absoluto, claro.»Nos quieren convertir y muchos se han dejado convertir en animales de consumo»
Una primera respuesta de las lecturas de hoy a esta situación es invitarnos a que no nos dejemos esclavizar ni por el dinero, ni por el poder, ni por la fama, ni por el sueño del bienestar que nos lleva a un activismo sin sentido.
«Servir al dinero» no es servirse de él, sino estar obsesionados por él, con un agobio que hasta humanamente produce un creciente «stress» y la pérdida del equilibrio interior. Una cosa es saber el valor del dinero, que era necesario también en tiempos de Cristo .Y otra, el exagerar la dependencia del dinero y de lo que se puede adquirir con él, de modo que se llegue a perder la serenidad y la paz, como así sucede
Es una lástima que esta carrera consumista y activista sin sentido, quite el humor, el amor, el humanismo. Y no se valore lo que nos depara el mundo creado por Dios para nuestro disfrute, ni muchas personas que Dios pone a nuestro lado de las que podemos admirar su serenidad, su armonía, su austeridad, en definitiva la felicidad que irradian con poca cosa.
El evangelio no está invitando a vivir en una tumbona y a verlas venir. No. Hay que trabajar, porque hay que ganarse la vida. Pero sin perder la armonía interior porque no hemos conseguido el coche del último modelo, o el ultimo adelanto técnico de cualquier producto. Esta esclavitud de las cosas materiales les puede suceder a todos: a los ricos y también a los pobres (que pueden ser demasiado ricos en deseos), a los mayores y a los jóvenes (que a veces, por los estudios o los deseos de situarse en la vida, dejan de disfrutarla).
Una segunda respuesta de Dios en las lecturas de hoy es la invitación a que sepamos buscar en la vida los valores verdaderos, el Reino de Dios: que no sólo apreciemos los valores humanos, sino también lo que comporta nuestra apertura a Dios. Que sepamos confiar y abrirnos a Dios.
Isaías invitaba a su pueblo, y precisamente en circunstancias nada fáciles, a confiar filialmente en Dios. Dios, en la breve lectura, se comparaba con una madre que no olvida a sus hijos.
El domingo, por ejemplo, ciertamente nos invita al descanso personal, a la relajación, a disfrutar de la naturaleza y de la vida de familia, a los hobbies deportivos o culturales que podamos tener, pero también a la celebración de la Eucaristía con nuestra comunidad, o a una oración especial en el seno de la familia: o sea, a vivir ese día de descanso desde la perspectiva de un cristiano que se alegra del triunfo pascual de Cristo y lo siente presente en su vida.
Buscar el Reino es dar más importancia a las cosas del espíritu que a las meramente materiales, en un equilibrio sereno que es el que nos enseña el evangelio.
Esta confianza en Dios no significa- como he dicho- que se nos invite a la pereza, a la pasividad, a una huida poética, pensando que ya Dios proveerá a los gastos de nuestra casa o que no hay que ahorrar y ser previsores. El mismo Cristo que nos ha dicho lo de los lirios y los pájaros, es el que nos invita en otro lugar a hacer fructificar los talentos que tenemos. No es una invitación al romanticismo bucólico, falsamente apoyado en Dios.
Lo que sí desautoriza Cristo, porque deshumaniza y hunde en la depresión, es el agobio obsesivo, la esclavitud, que muchas veces matan el espíritu, ahogan el humor y no dejan vivir a tanta y tanta gente, solo sobreviven para consumir.
Y seria también importante, porque ayudaría a muchos, el hecho de que la Iglesia ofreciera una espiritualidad más desahogada, más centrada en la pobreza, la esperanza y la alegría que en el miedo.
El gran teólogo K. Rahner decía lo siguiente: «la Iglesia sólo se hará pobre y por tanto fiel a Cristo, a la fuerza, pues ella es incapaz de convertirse solamente con exhortaciones, necesita el impulso de la realidad para que su conversión se realice como pide el evangelio» y me temo que el tiempo le está dando la razón.
¿No da a veces la impresión de que la Iglesia está demasiado nerviosa y excesivamente preocupada por estructuras y doctrinas? La calma de Cristo, en sus palabras y en su estilo de vida, su amor a la vida y su capacidad de esperanza, es una lección ante todo para la Iglesia misma.
La civilización del amor exige y denuncia a gritos la urgencia de reducir las necesidades en lugar de aumentarlas. Apreciar la austeridad. El patrón de una sociedad humana y cristiana no es ni la opulencia -que embota la fe- ni la miseria -que divide, resabia y amarga al hombre- sino lo necesario para vivir con dignidad.
El hombre libre, sin esclavitudes afectivas, no se instala, vive siempre como invitado y huésped. Posee y disfruta pero no es poseído. Ni adora la riqueza ni la maldice; usa libremente de ella y la comparte fraternalmente.
Jesús está advirtiendo que sólo hay dos caminos: vivir para trabajar o trabajar para vivir. Si apuestas por el primero la vida te vivirá a ti y tú te quedarás por realizar, serás su esclavo servidor; si optas por el segundo, te convertirás en autor y actor de tu propia vida, serás su señor. Tu estilo de vida dependerá del camino que escojas: vivir para trabajar, -atesorar, poseer, dominar-, o trabajar para vivir en plenitud, en crecimiento.
Por tanto y resumiendo:
1-Error, de órdago a lo grande, sería leer el evangelio de este día y dejar que sea Dios quien siembre, riegue y coseche.
2-Peligroso para el futuro de nuestra fe sería igualmente confiar tanto en la fuerza de lo alto que, ello, nos llevase a plegarnos de brazos.
3-Dios no nos pide que confiemos en Él a ciegas. Confiar en Dios significa colocar en sus manos nuestros afanes, nuestras vidas, ideas, proyectos e ilusiones. Eso sí .no como espectadores sino como asalariados de algo que merece la pena: el Reino de Dios.
Por eso el evangelio de hoy es una invitación:
A ocuparme, razonablemente en aquello que sea para la gloria de Dios, para el beneficio de los míos y de mí mismo.
A disfrutar el presente, sin estar tan agobiado de lo que pueda ocurrir mañana.
A, mirar hacia el futuro, aportando las semillas que siembro hoy en el camino.
A sentir su mirada en aquello que veo.
A palpar sus manos en mis pequeñas obras de cada día.
A escuchar su Palabra en las mías, pobres, torpes y atropelladas.
A vivir comprometido pero sin ansiedad.
A caminar ligero, pero sin prisas.
A trabajar con empeño, pero sin nervios.
A soñar con un futuro mejor sin olvidar que puedo superar el presente.
A confiar en su mano providente.
A no tener miedo al mañana que me aguarda si sigo su camino.
Cristo lo tenemos a nuestro lado, pero desde nuestra libertad hemos de elegir construir nuestra vida siguiendo su estilo de vida o prescindiendo de Él. Él no puede elegir por nosotros. Así que cada uno será responsable del camino que elija.